martes, 2 de julio de 2013

Mi (primera) gran boda khmer

Como un viajero del tiempo que se encuentra frente a gente desconocida en una época distinta y en una situación insospechada. Así me podría haber sentido en mi primera gran boda khmer. Afortunadamente, fue más bien al contrario. Al final, una boda es una boda y en todas hay lo mismo: comida, bebida, música y baile. Es cierto que la comida, la bebida, la música y el baile son distintos. Sin embargo, las ganas de pasarlo bien, esas son las mismas en todos los sitios.

Con tan sólo un par de semanas de antelación recibimos la invitación de boda de Sitha y Sophorn, dos compañeros del Servicio Social de PSE. Apenas nos conocemos, pero la aceptamos con gusto. Aparte de mis visitas a su departamento, yo había coincidido con ellos en un par de cenas de PSE. Pablo, por su parte, tiene una relación más fluida con ellos ya que les da clases de inglés cada semana. El caso es que, efectivamente, recibimos la invitación. Se podrían dedicar varias entradas de un blog a describir cómo son las invitaciones de boda camboyanas. Yo voy a intentar resumirlo con un solo adjetivo, barrocas, y con la siguiente imagen:


Aparentemente, en las bodas camboyanas únicamente la familia y amigos más directos acuden a la ceremonia religiosa. El resto de invitados van directamente al convite. Ese fue nuestro caso. Las bodas se celebran en unas pequeñas carpas que se montan en la calle donde vive alguno de los familiares de los novios. En ocasiones puede resultar caótico. Cuando las calles son pequeñas el trafico se corta durante más de dos días, el del montaje y el del banquete. En este caso, la boda era un jueves a las seis de la tarde no muy lejos de PSE. Un jueves de la estación de lluvias. Por tanto, un jueves lluvioso. Supongo que el hecho de que llueva o no, también es una preocupación universal en todas las bodas. Llovió, sí, pero eso no impidió celebrar como es debido.

Salimos de trabajar y nos cambiamos. Tampoco fue un cambio muy radical. Básicamente nos arreglamos un poco; pantalón, camisa y zapatos. Tampoco sirvió de mucho. La lluvia en el corto trayecto en moto nos dejó como estábamos al principio. En todo caso, nuestro aspecto europeo nos delataba y desde nuestra entrada misma en la carpa, todo el mundo quería brindar con nosotros. Como es tradición, los familiares de los novios nos recibieron en dos hileras, agradeciéndonos, a nosotros y a todos los invitados, nuestra presencia en el convite. Camboyanas vestidas con trajes de (quizás) seda y muchos brillantes nos acomodaron en una mesa junto con otros compañeros de PSE. En cuanto una mesa se completaba, sin tener en cuenta cuántos invitados quedaban por llegar, los camareros comenzaban a servir. Y no paraban de traer cosas. Las bodas camboyanas son como bodas gallegas. No hay más que ver el menú:


Lo que aparece en el menú - traduzco de memoria, no porque sepa leerlo - consiste básicamente en frituras variadas, gambas, pato, pollo, pescado, sopa de langosta, arroz frito y postres. Como en cualquier otra boda, curioso, no faltan las gambas. En este caso debían ser de río, si es que eso existe. Estaban ricas, pero no son como las de Huelva. El menú era como para quedarse con hambre. Con la orquesta tocando desde el minuto uno, era muy difícil hablar. Por eso nos centrábamos en comer. Tanto que parecía una competición. Sí, parecía que no lo habíamos comido en siglos. Todo estaba rico, incluso lo que no sabíamos qué era.

Después de la comida, cena más bien, mientras el resto de mesas acababan, tocaba hacer ronda para saludar a los invitados sentados a lo largo de la carpa. En cada mesa visitada, un brindis. Cerveza con hielo. Quizás no sea lo más glamuroso, pero sí lo más efectivo. Para los camboyanos al menos. Se empeñaban en acabar el vaso en cada brindis. Los vasos eran pequeños, y con un hielo grande, apenas había cerveza. Tras varios brindis, finalmente aparecieron los novios. Ella, cómo no, con un traje blanco y él vestido de verde. Todo muy recargado, como la invitación, pero a la vez folclórico y original bajo una perspectiva occidental.


Saludos, comentarios, fotos con ellos... y muy pronto de vuelta a casa; había que trabajar al día siguiente. Eso sí, antes de partir, correspondía depositar en una urna el sobre que venía con la invitación. Parecía una mesa electoral con el recuento iniciado. Y parecía que no iba mal la cosa. Así fue mi primera boda khmer. Muy rápida y apresurada quizás. Intensa también. Seguro que habrá más y seguro que las que vengan me recordarán a las de mis amigos. Aquellas en las que he estado y las que me he perdido este año.

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