lunes, 8 de abril de 2013

Camboya en blanco y negro y en color

Cada día que pasa, más me llaman la atención los contrastes de Camboya. Por una parte, encuentro un Phnom Penh en blanco y negro, antiguo, tradicional, como si de una escena de "Mi calle" se tratara. Por otra, existe también un Phnom Penh en color, a la última, lleno de imágenes de Psy y su "Gangnam Style".

En el Phnom Penh en blanco y negro hay gallos en las calles que cantan a todas horas. A veces, mientras duermo, pienso que estoy en un pueblo. Hay, aunque cada vez menos, carros tirados por bueyes que se abren paso lentamente por las pequeñas calles de la ciudad o por las grandes avenidas del centro. En alguna de las casas de alrededor de PSE se oyen aislados los mugidos de alguna vaca o los gruñidos de un cerdo. En el Phnom Penh de casi millón y medio de habitantes hay decididamente algo de rural.

Hay también en Phnom Penh una cotidianidad que sólo puede existir en un pueblo. Desde primera hora de la mañana a última de la noche. Al alba centenares de parejas de monjes ofrecen sus rezos de puerta en puerta a cambio de una ayuda o un simple plato de arroz. En el ocaso, cuando comienza a caer la noche y bajar la temperatura, la gente, relajada, sale al fresco. La familia cena en la calle, en la puerta de casa, o simplemente habla con sus vecinos, como si de un pueblo o una antigua corrala se tratara. Es la misma gente que durante el día ha ido al mercado, un mercado de los de antes, donde la higiene brilla por su ausencia. La mercancía expuesta cruda, sangrante, sin frigoríficos ni congeladores. A lo sumo protegida efímeramente con el hielo traído en bloques macizos por un repartidor que corre apresurado para que su mercancía no se derrita.

 

 


Como los porteadores de hielo, en Phnom Penh la gente corre de un sitio para otro en moto, tuk tuk o en bicicleta. Transportan lo imposible y en cada casa hay un experto en repararlas; alguien que sabe reparar un motor o cambiar una rueda con no más de tres herramientas. El ritmo de la ciudad no permite no tener un medio de transporte.

Es precisamente ese ritmo el que aporta vitalidad a Phnom Penh. El paisaje en blanco y negro se mezcla con el color. El color de los enormes coches de lujo que navegan entre la marabunta de motos. El color de los llamativos anuncios de productos occidentales en cada esquina, el de los reclamos de publicidad de los pequeños comercios en la puerta de cada casa. El color del tinte de pelo de los adolescentes que se creen modernos y se peinan como sus ídolos. Pero por encima de todo, el color de las enormes pantallas de móvil que se encuentran en los bolsillos de cada camboyano. El móvil aquí más que en ningún otro sitio es un símbolo de estatus. Y como símbolo de estatus está para ser mostrado. El móvil más actual, el ordenador más actual.

Ese gusto por tener lo último, por no ser menos que nadie hace que Phnom Penh sea una ciudad en desarrollo, en constante crecimiento. Y por ello su paisaje es un paisaje de grúas y andamios. Andamios tradicionales de bambú para construir nuevas casas en las barriadas y andamios modernos que luchan unos con otros por levantar edificios de más de treinta plantas. Cada día el paisaje cambia. Cada día una casa o un comercio nuevo o el proyecto de una carretera. El progreso se abre paso a trompicones en una ciudad sin muchos servicios básicos. Lo hace imparable a pesar de todo, de una manera en ocasiones impersonal y demoledora pero sin cambiar las costumbres, que siguen siendo las de hace años.

1 comentario:

  1. Vivo en Phnom Penh desde hace casi tres meses en casa de mi hermano y suscribo todas las impresiones del autor. Gran post!

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