domingo, 4 de mayo de 2014

Las tres despedidas de PSE

En mi afán por alargar lo más posible mis últimos días en PSE, he intentado tener cuantas más despedidas mejor. Así, hasta que llegue la última, no podré decir que me voy del todo. Incluso cuando lo haga, siempre diré que volveré, por lo que tampoco será una despedida definitiva. El caso es no decir "adiós".

1. Blue Lander

El lunes, incluso antes de acabar formalmente mi colaboración con PSE, celebré la primera despedida. Fue con mis compañeros de equipo de Blue Lander. Desde que a principios de febrero logramos el tercer puesto en la PSE Staff League (PSL), no habíamos celebrado oficialmente nuestro particular bronce. Tener otra excusa que festejar me ayudó, además, a diluir mi primer "hasta la próxima".

Reunirnos en mi casa después de los partidos clave se había convertido en algo habitual; algo así como las reuniones del Real Madrid en el Txistu o el Asador Donostiarra tras una gran victoria. En nuestro caso, nunca hubo chuletones ni solomillo, tampoco vino, sino unos famélicos pero sabrosos pollos camboyanos y la omnipresente cerveza local Angkor. La noche del lunes no fue menos. Casi todo el equipo en pleno nos juntamos de nuevo en torno a la mesa para recordar los mejores momentos de la temporada.

Por supuesto, no faltaron las anécdotas de Sokhen, recordando el origen del nombre del equipo, ni sus chistes verdes, que por repetidos no dejan de ser graciosos. También se habló de la nueva temporada, donde, forzosamente, tendrá que haber una revolución similar a la del Barcelona. Necesitamos refuerzos en todas las líneas. Mi partida obliga a encontrar un relevo en la portería, nuestra defensa tendrá algunas bajas "por jubilación", por Pablo nunca faltan ofertas de otros equipos de la PSL y hay riesgo de que se vaya y, en fin, nuestra delantera es una incógnita. Aunque no faltó tiempo para la nostalgia, me gustó que habláramos de planes para el próximo año, como si todo siguiera igual.

Blue Lander, el equipo que hizo historia

2. Los compañeros

La segunda despedida fue con mis compañeros de PSE, la gente con la que más he trabajado. Fue el jueves cuando Setha, la asistente de Pich, el Director de Programas, había previsto un pequeño buffet en el Lotus Blanc, nuestro restaurante de aplicación. Tras finalizar la jornada de trabajo, nos encontramos en la nueva terraza. Conforme llegaban los invitados, todo parecía normal hasta que, misteriosamente, en una mesa se comenzaron a organizar actividades clandestinas. Yo hice como si no me enterara y seguí hablando con los que ya son más que compañeros, amigos.

En un momento dado, como suele pasar en estos casos, alguien, Sovan, pidió silencio y me pidieron que me acercara. Delante de mis ojos pusieron el reclamo de un pequeño regalo, el mismo que habían estado preparando minutos antes. Antes de conseguirlo, debía responder a una serie de preguntas. Por supuesto, el animador del pequeño espectáculo a mi costa fue Pich. Cada una de las personas que celebraba mi despedida tenía derecho a una pregunta. Yo debía responder, según me dijo, con "la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad". Las preguntas oscilaron entre a dónde me iba o si volvería, hasta qué es lo que más voy a echar de menos o qué pienso sobre las mujeres camboyanas.

Fue divertido y me debí merecer el regalo, porque finalmente me lo dieron. Era una camiseta firmada por todos y un pequeño collage con unas fotos de este año. A la entrega de regalos le siguió un particular photocall. Como parte de un pequeño rito camboyano, todo el mundo se quería hacer fotos conmigo. Tuve que mirar hacia muchos flashes. Mientras los compañeros se acercaban a retratarse conmigo, se repetía la frase que ya había escuchado los días anteriores: "Wish you good luck". En esta ocasión, se añadía, además una pequeña apostilla, "...and success".

Foto de familia en PSE

3. Los niños

Leakhena, la responsable del Departamento Social, encontró el momento ideal para celebrar la despedida con los niños; mi último sábado en Camboya. Llevaba tiempo preparando una fiesta con los pensionnaires y los jóvenes del internado y me invitó a participar. Afortunadamente, fue la menos despedida de todas. Pocos niños sabían que me voy. Mejor así.

La fiesta se pareció a una de esas reuniones de fin de curso que recuerdo que hacíamos de pequeños. Los niños debían preparar un espectáculo y representarlo frente al resto. Es verdad que había participado en actos así antes, pero no con tanta gente. Como siempre, los bailes tradicionales abrieron la escena. Me recordaron a los primeros que vi cuando llegué. Aún hoy, los movimientos de las manos de las pequeñas apsaras me siguen pareciendo mágicos. Tras ellos, y guiados por Pablo, un grupo de pequeños "gamberros" representaron una actuación que mezclaba la tradición camboyana con ritmos más propios de Mayumana. Fue muy divertido. A todos los que actuaban les correspondía un pequeño regalo, un cuaderno, y a mí me tocó entregárselo a este grupo. A continuación, a los shows culturales, les siguió el ya tradicional pase de modelos de los pequeños. Cada vez se sienten más afianzados en la "pasarela".

Actuación del grupo de Pablo

Una vez acabó el primer acto, tocaba cenar. El menú era especial: noodles y curry, pollo frito, ríos de Coca-Cola y helado de varios sabores. Entonces y ahora al recordarlo, me produce una alegría inmensa ver cómo disfrutan como si fuera el mejor de los manjares cosas que a nosotros nos parecen tan ordinarias. Eran felices y se notaba. Tras la cena, llegó el turno de los mayores. Las chicas con sus coreografías basadas en canciones coreanas y los chicos con su particular karaoke. Éstos consiguieron, sorprendentemente, aplacar la lluvia y conducirnos hacia el tercer y definitivo acto: el baile.

Bailando en círculos alrededor de la mesa, me daba cuenta de que estaba disfrutando como un niño. Sabía que era mi última fiesta con los pequeños, al menos en un tiempo. No sé cómo, pero de alguna manera, conseguía que los minutos pasaran más lentos. Mientras bailaba, miraba a mi alrededor y me alegraba de estar allí. Todo pasaba en cámara lenta. Recordaba muchos de los momentos vividos durante este año. Miraba nuevamente a mi alrededor y encontraba a los niños, a mis compañeros, a Pablo, a Carlota y a mi hermano. Miraba y, mientras lo hacía, pensaba que este año ha merecido la pena.

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