viernes, 9 de mayo de 2014

Chum Rep Lie Kampuchea! Okun Charan Kampuchea!

Desde la distancia del ajetreo camboyano e inmerso en otro muy distinto, el de Madrid, comienzo a escribir estas líneas que, a pesar del tono, no pretenden ser una despedida. De esas he tenido muchas estos días y todas las he considerado como un "hasta pronto". Del mismo modo, estas palabras sólo podrán ser un "punto y seguido" en mi aventura con Pour un Sourire d'Enfant.

Tal como hice en diciembre, durante el viaje de vuelta y los primeros días en Madrid he reflexionado mucho sobre mi experiencia en Camboya. Las preguntas que rondaban (y rondan) mi cabeza eran (y son) las mismas que por entonces: ¿Qué he aprendido? ¿Para qué me ha servido este año? Muchas de las respuestas son las mismas que ya escribí con el título de Cosas que he (des)aprendido en Camboya. Sin embargo hay una que no mencioné entonces y que, además de las anteriores, me parece importante: he recuperado la capacidad de sorprenderme.

La capacidad de sorprenderme... sí. Creo que la había perdido. Al menos, aquí todo me parecía igual; nada me parecía nuevo. Las cosas felices eran una consecución natural, algo esperado. Las tragedias, por muy grandes que fuesen, no dejaban de ser una noticia más del día. En Camboya he vuelto a aprender a disfrutar los pequeños placeres y mis maestros han sido dos: los niños, quienes no dejan de descubrir cosas nuevas y sorprenderse con ellas, y la gente que tiene poco y a quien cualquier conquista le parece grande. Creo que al sorprenderse, uno disfruta más. Supongo también que tiene sus riesgos, pero estoy dispuesto a correrlos. Quiero que aquí todo me siga sorprendiendo.

Mientras escribo sobre mis reflexiones, siento que debo hacer dos cosas más: compartir los buenos momentos que he disfrutado en Camboya y, sobre todo, agradecerlos a las personas que los han hecho posibles. Lo primero es fácil, afortunadamente ha habido muchos. Lo segundo, también; hay personas que siempre han estado ahí.

Aunque cualquier momento con los niños se transforma inmediatamente en un recuerdo especial, hay ciertas escenas que recordaré siempre, como las visitas de los niños a mi oficina, la alegría de Chariya al verme o los saludos de Maradí al ir a comer y, después, al volver para echarse la siesta. Pero son muchas más: cualquiera de las vacaciones que he disfrutado con ellos, el sentir que recordaban alguna pequeña frase que les había enseñado. También los hay más sencillos, como cuando Srey Mao me pedía que me sentara a su lado para ver una película o que, quien fuera, sin venir a cuento, me dijera "I love you" seguido de mi nombre malamente pronunciado.

Me pongo a recordar y recuerdo un partido de fútbol apoteósico en el campo de mecánica. En dos equipos formados por hordas de niños, Carlos y yo competimos contra Pablo y Titán. La lluvia hizo que, más que correr, tuviéramos que nadar. Y no importaba; eso era lo mejor. Al hablar de deportes, recuerdo cualquier partido de la liga de PSE y las arengas voluntariosas de nuestro capitán, o las mañanas en el gimnasio de casa. También las cenas en la terraza. Recuerdo cada viaje que he hecho y las pequeñas excursiones. Recuerdo la alegría al oír hablar español durante el Summer Camp, la energía que transmitían los voluntarios. Recuerdo los primeros días, cuando todo parecía nuevo y tan distinto. Recuerdo muchas cosas y podría recordar muchas más, pero sobre todo, recuerdo a las personas con las que las he compartido. He tenido suerte de conocer a mucha gente aquí. De todos me acordaré.

Irremediablemente, llega el momento de los agradecimientos. Como en cualquier recogida de premios, podría ser eterno. Intentaré ser breve y sólo mencionar a la gente "de fuera"; con el equipo camboyano hablé personalmente en Phnom Penh. Soy consciente de que en algún momento sonará la música y no podré mencionaros a todos. Por eso empiezo rápido, y lo hago con Mónica, quien me introdujo al mundo de PSE y me encontró acomodo en el proyecto. Sigo por todos los amigos que me animaron a iniciar la aventura y que me han acompañado durante este año, sobre todo Carlos, Pepín y Noelia, Borja, Clara y Tomás, María Luisa y Diana. Por supuesto, en los agradecimientos figura en grande mi familia, que me apoyó siempre; mis padres y mis primos desde aquí, y mi hermano Alberto, sorprendentemente, desde Camboya. La música comienza a sonar. Termino mis agradecimientos con dos familias: los Alonso-Caprile, que han sido amigos, mentores y compañeros y, por supuesto, mi particular familia camboyana, Pablo y Carlota. Les agradezco infinitamente su compañía y paciencia y, desde ahora, los considero hermanos.

Por último, cómo no, debería dar las gracias al país que me ha acogido durante este año. Desde Madrid me despido de Camboya y le agradezco todo lo que me ha dado. En cierto modo, creo que tras este año nunca estaré completamente en casa; una parte de mí siempre vivirá en Phnom Penh. Supongo que es el precio que hay que pagar por ser feliz en más de un sitio. Chum Rep Lie Kampuchea! Okun Charan Kampuchea! Nos volveremos a ver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario